Estábamos comiendo en un restaurante. La camarera, muy jovencita y sonriente, servía las mesas con gran velocidad y simpatía. Sin embargo, el jefe la llamaba cada 40 segundos para darle instrucciones o corregirla.
"Ondina, ven, ven aquí. A ver. Mira, los tenedores se ponen así. ¿Ves? Así. Alineados"
"Ondina. ¡Ondina! Ven aquí un momento. Mira, la mesa no se limpia así. Es así, mira, de lado, zis, zas, y luego de arriba abajo ¿vale?"
"Ondina, ven. Ven aquí. Levanta la vista. ¿Ves a aquella pareja? Te están pidiendo la cuenta. Si levantas la vista verás a la gente".
"Ondina, ven un momento. Ven. A ver ¿no has puesto servilletas en aquella mesa?"
... y así todo el rato. Ondina no perdía la sonrisa ni un momento y decía que sí a todo y seguía las instrucciones al pie de la letra.
Cuando llegó la hora del postre y vino a tomarnos nota (adivinó lo que iba a pedir K y todo), se me ocurrió felicitarla por lo bien que lo estaba haciendo.
-Es tu primer día ¿verdad? Lo estás haciendo muy bien, ánimo.
Ella me miró raro.
-No, no -dijo sin perder la sonrisa-, llevo ya tres años. Es mi jefe, que, bueno, le gusta ir dando instrucciones. A... a mis compañeras también se lo hace.
Quise que se me tragara la tierra. Para qué hablarás, cabrón. ¿Me escupiría en el tiramisú? me gustaría pensar que no.
lunes, 19 de marzo de 2007
De la serie: "¿de cuántos meses estás?" "No, te equivocas, es que soy gordita"
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