viernes, 2 de septiembre de 2005

Hattori Hanzo sushi

Me dio la receta Pa, tras una conversación acerca de gustos literarios
y gustos culinarios.

"Pues yo tengo miles de libros de cocina japonesa, y me encanta", me dijo.

"Pues yo creo que nunca he llegado a probar el sushi ése", me lamenté yo. "Y no creo que lo haga nunca, porque no puedo meter a K en un restaurante japonés: ella es manchega y tradicional, y le gusta ver que si le ponen un huevo tiene forma de huevo, o si le ponen una sardina tiene forma de sardina. Esas cosas de colores raros con sabores raros no le van".

"¿Y por qué no lo haces tú en casa?" me sugirió.

En el siguiente e-mail me envió una receta sencilla, bolitas de arroz con salmón ahumado encima. Me entró hambre nada más verla, además estaba escrita de una manera curiosamente sugerente.

Así que una buena tarde decidí ponerme manos a la obra. Siguiendo las instrucciones, lavé bien el arroz y lo dejé en agua fresca unos minutos; y luego tocaba cocerlo. Mientras se cocía, corté los trocitos del salmón.

Y aún faltaba el toque raro: el vinagre de arroz para aliñar el mismo. Como no tengo, Pa me recomendaba hervir un poco de vinagre con azúcar. ¿Cómorl? Por si acaso, lo confirmé en Internet. En efecto, se hierve en el microondas hasta que pierda el olor "fuerte". Metí un vaso de vinagre en el micro y le aticé cuatro minutos. Se puso a hervir casi inmediatamente.

A veces me he preguntado qué se debe sentir al esnifar una raya de coca. Creo que lo he descubierto. Al pasar los 4 minutos, abrir la tapa del micro y acercarme a oler el vinagre (a ver si había perdido el olor "fuerte"), sentí como una masa de aire completamente sólido e hipercalentado se introducía en mi nariz y llegaba directamente al cerebro. Me tambaleé en medio de la cocina. "Plasma", pensé, "esto es jodido plasma. He logrado la fusión nuclear con vinagre". Intenté de nuevo acercarme a oler el plasma radiactivo, y la visión se me nubló de nuevo. Era como si te metieran un lápiz violentamente por una fosa nasal.

Creo que oí una voz lejana, desde otra habitación. Algo como "¿pero qué cojones estás haciendo ahí? ¡huele toda la casa a vinagre! ¡hasta en los dormitorios! ¡es insoportable! ¡abre las ventanas, por amor de Dios!"

Con unos guantes de amianto saqué el vinagre del microondas y lo puse a enfriar en la ventana. Me recuperé poco a poco terminando de hacer el arroz. Cuando se enfrió, me santigüé y eché el vinagre sobre el arroz.

Luego me dispuse a preparar las bolitas, pero el arroz se negó a cooperar. Intenté razonar con él, pero sus reivindicaciones eran excesivas. Así que en vez de bolitas, preparé pequeñas montoncillos de arroz aplastado. Les puse el salmón por encima de la manera que lo haría un experto chef de Tokio, y con un cariñoso "Hala, a tomar por saco" las metí en la nevera.

Para mi sorpresa, no estaba malo. Tenía un sabor interesante. (K no quiso ni mirarlo, por supuesto, pero a mí no me pareció malo)

Esta mañana he ido a calentarme la leche para el café. Dos días han pasado ya, y aún huele a vinagre mientras desayuno...

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