jueves, 29 de marzo de 2007

Quisiera

Quisiera escribir una serie de cuentos, pero no me dejan. Quisiera pensar en mi futuro tranquilamente, cogerme días de vacaciones, pero no me dejan. O no me dejo yo mismo. Tengo mucho que hacer.

Es divertido tener cosas interesantes que hacer, pero a veces echo de menos los tiempos en los que no hacía nada y me aburría. Ahora tengo muchas responsabilidades en mi vida y estoy orgulloso de ello, pero también siento que a veces me falta tiempo.

Uf.

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lunes, 19 de marzo de 2007

De la serie: "¿de cuántos meses estás?" "No, te equivocas, es que soy gordita"

Estábamos comiendo en un restaurante. La camarera, muy jovencita y sonriente, servía las mesas con gran velocidad y simpatía. Sin embargo, el jefe la llamaba cada 40 segundos para darle instrucciones o corregirla.

"Ondina, ven, ven aquí. A ver. Mira, los tenedores se ponen así. ¿Ves? Así. Alineados"
"Ondina. ¡Ondina! Ven aquí un momento. Mira, la mesa no se limpia así. Es así, mira, de lado, zis, zas, y luego de arriba abajo ¿vale?"
"Ondina, ven. Ven aquí. Levanta la vista. ¿Ves a aquella pareja? Te están pidiendo la cuenta. Si levantas la vista verás a la gente".
"Ondina, ven un momento. Ven. A ver ¿no has puesto servilletas en aquella mesa?"

... y así todo el rato. Ondina no perdía la sonrisa ni un momento y decía que sí a todo y seguía las instrucciones al pie de la letra.

Cuando llegó la hora del postre y vino a tomarnos nota (adivinó lo que iba a pedir K y todo), se me ocurrió felicitarla por lo bien que lo estaba haciendo.

-Es tu primer día ¿verdad? Lo estás haciendo muy bien, ánimo.

Ella me miró raro.
-No, no -dijo sin perder la sonrisa-, llevo ya tres años. Es mi jefe, que, bueno, le gusta ir dando instrucciones. A... a mis compañeras también se lo hace.

Quise que se me tragara la tierra. Para qué hablarás, cabrón. ¿Me escupiría en el tiramisú? me gustaría pensar que no.

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viernes, 16 de marzo de 2007

Qué flipe

Está bien, está bien, reconozco que el cuento que escribí el sábado pasado, y que aquí ha quedado publicado, pudo ser (subconscientemente) inspirado por el episodio de la semana pasada de Héroes.

Vale.

Lo que es flipante es que el episodio de ayer estuviera directamente inspirado en mi cuento. Alucinado me quedé viéndolo.

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martes, 13 de marzo de 2007

La carretera de las colinas (y #3)

Apoyados en el coche, Félix seguía abrazando a Patricia por la cintura. Los dos miraban a lo lejos, a los barcos que se movían lentamente en alta mar. A Patricia no le importaba el reloj, ya no le importaba nada. La preocupación había desaparecido; no sabía qué decirle a Félix, o si había algo que decirle. Sólo quería sentir esa calidez abrazándola por la cintura. Estaban en silencio, sin hablar, desde hacía un cuarto de hora. Sólo escuchando la brisa del mar en sus oídos y algún coche ocasional que pasaba por la carretera a sus espaldas, por supuesto, sin intenciones de pararse allí.

Al cabo de unos minutos Patricia habló finalmente.
-Oye –dijo.
-Sssh –Félix le susurró al oído-. No digas nada.
-Pero –protestó ella-, tengo que hacerlo. No sé qué pasa, no sé lo que me haces sentir... te lo digo de verdad, nunca había sentido nada así. Creo que tenemos una conexión.

Félix se mantuvo en silencio.
-Te lo digo de verdad –continuó Patricia-. Nunca en toda mi vida había conocido a nadie que supiera tan bien explorar mis sentimientos. No sé, es como si me conocieras de siempre. ¿No podría ser...?

Una racha de viento sacudió su flequillo.
-Espero que no me hayas estado espiando o algo así –rió ella-. No, en serio, ¿no es posible que seamos familia, no sé, parientes lejanos o algo así...?
-Soy telépata –dijo Félix.

Patricia giró la cabeza hacia atrás para mirarle. El le devolvió la mirada. Lo había dicho en serio.
-Venga ya –dijo ella, contemplando el mar de nuevo.
-No sé desde cuándo –explicó el taxista-, quizás desde que era niño. Me era muy fácil comprender a la gente, saber por qué hacían las cosas que hacían. No sé explicarlo muy bien, pero según fui creciendo fui dándome cuenta de lo que me pasaba. Me di cuenta de que no todo el mundo era como yo. La gente a mi alrededor discutía, tenia problemas, no se entendían, pero a mí me parecía incomprensible. Yo entendía las motivaciones de todo el mundo, y no podía comprender por qué no todo el mundo podía hacerlo como que yo. Hasta que finalmente llegué a darme cuenta de lo que pasaba. Era yo, yo era el diferente. Así que, no con todas las personas, sólo con algunas, pero en resumen, bueno, puedo leer mentes.

Patricia sonrió.
-Si eso es cierto –dijo-, dime lo que estoy pensando en este momento.
Félix cerró los ojos un momento y luego sonrió.
-¿Y bien? –dijo ella.
Sin dejar de abrazarla Félix besó suavemente el cuello de Patricia. Ella quedó electrizada al instante. Era cierto, por favor, ¿era posible?, pensó mientras él la besaba otra vez, y otra vez más, y hundía su cara entre sus cabellos y seguía besándola.

“No puedo creerlo”, pensó ella.
-Créelo –le dijo él al oído.

Félix se mantuvo atento a los pensamientos de Patricia. Su mano derecha obedeció a la orden invisible y silenciosa y, desabrochando un botón, se introdujo en el pantalón de ella. La respiración de Patricia se hizo más intensa cuando él alcanzó el borde de su ropa interior, y unos instantes más tarde Patricia tembló, cerró los ojos y dejó de ver el mar. Todo se volvió confuso; una puerta se abrió, ambos cayeron sobre el asiento trasero del taxi, y las palabras sobraron.

Ella sentía todos sus deseos concedidos: todos sus pensamientos eran recompensados al instante, todas sus sugerencias no dichas eran satisfechas de manera inmediata. Ella se sentó sobre su regazo y lo besó como sólo se puede besar a un dios, a un genio de la lámpara que hace lo que nadie ha hecho jamás. La mano de él exploró húmedos territorios llenos de maravillas, ella sintió su cuerpo cargarse de energía como una batería, pronto los pantalones y la chaqueta sobraron y quedaron tirados por los asientos delanteros, mientras atrás la piel se fundía con la piel. Un pensamiento fugaz de Patricia y las manos de Félix, obedientes, amasaron los pechos de ella mientras la boca de Félix se alimentó ansiosa de los frutos así obtenidos. Una simple anotación mental de ella y los pantalones de él se reunieron con los demás, lanzados a la parte delantera; una meditación cuidadosa y sus posturas se ajustaron ligeramente; un deseo concreto, acompañado de una mirada expresiva de ella, persuasiva, convincente, y Patricia finalmente sintió a Félix como siempre quiso sentirlo, como si supiera que este momento iba a llegar, como si llevara años sabiendo que todo iba a suceder así.

Y entonces Patricia y Félix se detuvieron de repente. Mirándose. Comprendiendo, entendiendo algo que ninguno de los dos había dicho. Ella le acarició la mejilla con su mano perlada de sudor.
-No es culpa tuya –susurró-. Es simplemente que no puedo. No tiene sentido.

Minutos después, el taxi emprendía de nuevo el camino hacia la ciudad, dejando atrás una nube de polvo.


Patricia se miró en el espejo del ascensor para comprobar su aspecto antes de la reunión. Alejó de su cabeza el pensamiento de que llegaba media hora tarde, y se ajustó uno de los botones de su blusa, que llevaba suelto. Al hacerlo, y mientras el ascensor recorría los pisos que le quedaban, recordó los acontecimientos de aquella mañana. Nunca se sabe las sorpresas que te va a deparar la vida.

Podía haber seguido así durante horas, prolongándolo durante días, años, quién sabe. Pero en aquel momento, en el asiento trasero del taxi, con aquel chico al borde del mar, se dio cuenta repentinamente de que algo fallaba. Todo era insuperable hasta que, por pura casualidad, Patricia se vio reflejada en el espejo retrovisor. Desnuda, con el pelo alborotado, expresión de ensueño. Y se dio cuenta de que todo aquello era exactamente eso. Un espejo.

Estar con aquel hombre era como estar con un espejo. Todos sus deseos, todos sus caprichos, eran concedidos al instante. Pero sólo eso. Era como estar ella con ella misma, era como hacer el amor consigo mismo. Ella, por supuesto, ya sabía lo que era eso, y esto no le aportaba nada nuevo. Y, con gran tristeza, se dio cuenta en segundos de que si seguía adelante, esto era lo que le reservaba el futuro: una vida con alguien que no te aporta nada nuevo, que sabe todo lo que necesitas al instante. Cuando quizás ni siquiera tú misma lo sabes. Una vida con alguien con quien no puedes tener secretos, no puedes tener tristezas, ni dudas, ni pensamientos incorrectos. Eso no es vida, en realidad.

Al menos fue fácil que Félix lo entendiera. De hecho lo entendió en el mismo instante en que Patricia lo pensó... Se despidieron cordialmente unos minutos después, ya en la puerta de la oficina, deseándose suerte mutuamente. Había sido una experiencia curiosa, reconoció Patricia, mientras el ascensor llegaba a su piso. Ahora, se dijo, tocaba enfrentarse a la dichosa reunión. Total, un rato explicando procedimientos y planes de proyecto, luego comer, y luego vuelta al aeropuerto.

A pesar de todo, no pudo evitar sonreír al abrirse las puertas del ascensor. ¿Y si le tocaba el mismo taxista?

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lunes, 12 de marzo de 2007

La carretera de las colinas (#2)

Diez minutos después ya se tuteaban. La ciudad, allá delante, aún estaba lejos, pero el taxi rodaba sin prisa por la estrecha carretera, que ascendía y descendía por las colinas que bordeaban el mar. Las olas parecían detenidas en su camino hacia la playa, mientras el sol les daba una apariencia dorada que Patricia no recordaba haber visto nunca.

-Es un paisaje impresionante –dijo ella-. ¿Por qué no vendrán por aquí todos los coches? ¿Por qué se meten por esa horrible autovía?
-No, no pidas eso, por favor –rió el taxista-, entonces esto se convertiría en un infierno. Se atascaría también. Además, la mayoría de la gente que va a la ciudad no soportaría estos kilómetros a menos de 100 kilómetros por hora. Se pondrían nerviosos. Lo sé, los veo cada día. No aguantan estar cinco minutos parados, siempre es correr, correr, llegar a donde sea para luego volver corriendo.

Patricia estaba abrazada al respaldo del asiento que estaba frente a ella, observando al conductor. Le había dicho que se llamaba Félix, que tenia veintinueve años y que le encantaba ser taxista. Mirándole, ella opinaba que era guapote, aunque a veces le salía una voz un poco chillona que le quitaba puntos. Habían estado conversando del tiempo, de la vida, del trabajo, de tantas cosas.

-Son los horarios que nos ponen –respondió Patricia a lo que Félix había dicho-. No les culpes. No podemos elegir los horarios cuando venimos, tenemos que estar a tal hora, tenemos que terminar a tal hora, tenemos la comida a tal otra hora y el avión a tal hora. Si fuera por mí...
-Ya sé –dijo él-. Si fuera por ti, tú te irías a la playa o a hacer fotos por la ciudad. Oye ¿y qué te lo impide? Que esperen ellos.
-Fíjate, exactamente eso estaba yo pensando hace un rato. Pero una cosa es lo que uno fantasea con hacer, y otra lo que sabemos que tenemos que hacer. Si me dejo llevar por esos... caprichos... oye, pues estaría bien, llamo a mi jefe y le digo: que voy a irme a hacer fotos a monumentos, y ya iré a la reunión, pero...
-Ya, -reconoció él-, al final hay que comer a fin de mes.
-¡Exacto! –dijo ella-, ahí lo tienes, es lo que yo digo. Esto de comer es un verdadero atraso. Nos impide llevar nuestra vida como nos gustaría.
-Eh, habla por ti –dijo él mientras la carretera les llevaba a través de un diminuto pueblo marinero-. Comer es una de las cosas más placenteras que existen.
-Ya, bueno, yo me refiero a...
-Sí, sí –interrumpió él-, el sueldo, lo que nos permite vivir. Pues sinceramente, no sé yo si merece la pena pasarse la vida trabajando para un sueldo que nos permita vivir pero no nos deje tiempo para hacerlo.

Ella estaba maravillada, era justo lo que estaba a punto de decir. Era una conversación que había tenido otras veces con gente del trabajo, y nadie lo había expresado tan bien como él.

-¿Sabes? Es como si me leyeras la mente.

Félix no contestó, simplemente la miró, guiñándole un ojo, y continuó conduciendo.

Patricia lo miró desde su asiento, casi fascinada. Era fantástico hablar con él, no recordaba a alguien con quien fuera tan fácil conversar. Era como si el se anticipara a sus pensamientos, era como hablar con alguien que te conoce desde siempre, que sabe cómo sientes, las cosas que te preocupan. Era tan difícil encontrar a alguien así... sus (pocas) relaciones siempre habían terminado por culpa de la incomprensión, por no saber entender el carácter de la otra persona o por no sentirse comprendida o apreciada. La personalidad soñadora de Patricia no era siempre lo que los hombres buscaban. Félix debió ver por espejo cómo su cara se oscurecía por el recuerdo, porque giró la cabeza hacia ella.

-Eh, no te deprimas ahora. Mira qué amanecer.

Era cierto, el sol había empezado a ascender entre las nubes y la imagen era preciosa, casi de postal. Las sombras de las nubes se reflejaban en la superficie del mar, donde un par de veleros desafiaban al viento e insistían en dirigirse hacia alta mar con todas sus fuerzas. Seguramente ésos estaban de vacaciones, pensó ella.

-Esos no trabajan hoy, eso seguro –dijo Félix, como respondiendo a su idea-. Bueno, ya nos queda poco.

El coche tomó una curva y toda la ciudad apareció ante ellos, con sus altos edificios al borde del mar. A la carretera de las colinas le quedaban dos o tres kilómetros antes de descender, meterse a través de un polígono industrial y volver a unirse a la autovía. De repente volvió a Patricia la sensación de querer huir, de resistirse a aquella ciudad gris que nada tenía que ofrecerle. No quería que estos minutos se acabaran.

-¿Sabes lo que me apetecería ahora mismo? –dijo ella tras unos instantes.
Por toda respuesta, Félix redujo la velocidad, miró cuidadosamente por los espejos, en una y otra dirección, hizo un cambio de sentido y volvió a ascender por la carretera, por donde habían venido. Acababan de pasar un mirador sobre el mar hacía cinco minutos, era un saliente sobre un acantilado desde donde la vista era impresionante. El taxi regresó a ese mirador, salió de la carretera y aparcó cuidadosamente al borde del acantilado, frente a la valla. Félix apagó el motor y luego se volvió hacia el asiento trasero.

Patricia estaba allí sentada, sin decir una palabra, agarrada a su cinturón de seguridad. Mirándole asombrada.
-Lo has sabido –dijo.
-Te miré por el espejo cuando pasábamos por aquí hace un rato –explicó él-. Te quedaste con la mirada perdida en el mar, y pensé que una bonita manera de terminar el viaje sería volver aquí.

Patricia negó con la cabeza. Aquello era demasiado. Estaba aturdida, pero también encantada.

-Oye. Oye, esto es demasiado. Tenemos una conexión. Tú y yo.
-Tampoco es para tanto –Félix estaba un poco incómodo-. Simplemente he pensado que querías venir aquí.
-Y quería –Patricia sonrió a Félix una vez más y luego salió del coche.

La brisa del mar sacudió las ropas de Patricia nada más salir del taxi. Agradeció haber traído su chaqueta, aún hacía fresco a esas horas de la mañana. Caminó unos pasos hasta colocarse delante del coche, con toda la extensión del océano delante de ella; se apoyó en la verja de protección que había al borde, cerró los ojos y escuchó el sonido de las olas al chocar allá abajo. No sabía qué sentir. Sólo sabía que Félix era especial, más especial de lo que nunca nadie había sido para ella. Nunca había conocido a nadie que supiera con tanta facilidad lo que ella quería, que la comprendiera tan bien.

Con los ojos cerrados, supo que no podía despedirse de él así por las buenas, cuánto es, dieciséis euros, toma, quédate el cambio, adiós. No sabía qué hacer. Estaba tan confusa. Entonces oyó abrirse la puerta del coche, unos pasos sobre la gravilla, acercándose a ella, lentamente, tranquilamente, y supo que Félix se acercaba a ella, y no sabía qué iba a ocurrir, y no sabía qué le iba a decir ella o qué le iba a decir él, y finalmente sintió unos brazos que la rodearon por la cintura.
-Hola –dijo la cálida voz en su oído derecho-. Te vas a acatarrar aquí con tanto viento.

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domingo, 11 de marzo de 2007

La carretera de las colinas (#1)

Patricia se miró en el espejo del ascensor para comprobar su aspecto antes de la reunión. Alejó de su cabeza el pensamiento de que llegaba media hora tarde, y se ajustó uno de los botones de su blusa, que llevaba suelto. Al hacerlo, y mientras el ascensor recorría los pisos que le quedaban, recordó los acontecimientos de aquella mañana. Nunca se sabe las sorpresas que te va a deparar la vida.

Había llegado al amanecer. El aeropuerto de aquella ciudad hervía de actividad a las siete de la mañana. Patricia no estaba allí por su gusto. La habían encasquetado la tarea de ir a aquella reunión casi como un castigo, una manera de presionarla para que aceptara las cosas que habían ido sucediendo en las últimas semanas en su trabajo. Y como si ella tuviera pocos problemas. Había cortado hacía unas semanas con su novio, su vida personal era un desastre ahora mismo, había cumplido 35 años el mes pasado y casi ninguna amiga había podido venir, y ahora encima esto. Estaba harta de todo y con ganas de mandarlo todo a la mierda.
A falta de nada mejor que hacer, Patricia se situó en la cola de los taxis y esperó su turno. La gente que había delante de ella fue cogiendo sus taxis y partiendo raudos hacia sus destinos, y al final le tocó a ella: abrió la puerta trasera del coche que se paró a su lado y subió.

-Buenos días –dijo la joven voz del taxista desde el asiento delantero. Patricia miró sus ojos en el espejo retrovisor mientras arrancaban-. ¿A dónde vamos?

Ella le dio la dirección y se entretuvo un rato en mirar por la ventana, mientras el taxi salía del aeropuerto y tomaba la dirección de la ciudad. Las nubes anaranjadas dominaban el cielo y debía estar a punto de salir el sol. El taxi estaba limpio por dentro, con un agradable olor a ambientador, y el taxista, un chico joven que vestía vaqueros y camiseta oscuros, no hacía muchos comentarios. Tampoco ella tenía ganas de hablar de nada: prefería escuchar el sonido de la radio mañanera, con los comentaristas de siempre hablando de los últimos escándalos políticos y esas cosas. Patricia pensó que, en su estado de ánimo, casi mejor le habría apetecido escuchar algo de música.

Como si hubiera escuchado sus pensamientos, el taxista cambió de emisora.
-¿Le importa? –dijo desde delante, mientras un conocido rock and roll tomaba el relevo en la radio-. Me cansan tanto, siempre con lo mismo...
-Claro que no –respondió Patricia-, en realidad casi lo prefiero.
-¿Cansada? ¿Viene por trabajo?

No era muy difícil de deducir, viendo el maletín que ella llevaba como único equipaje, su vestimenta formal, con traje oscuro de chaqueta y pantalón a rayas, zapatos de tacón y pelo recogido.
-Así es –contestó ella simplemente. Realmente no tenía ganas de hablar mucho.
-La dejo relajarse, entonces –dijo el taxista, cambiando de carril para evitar un tráiler-. Aún nos queda un rato para llegar.

Patricia pensó que se sentía a gusto en aquel taxi. Normalmente topas con taxistas pesados que te dan la brasa, te preguntan, quieren saber de dónde vienes, a qué vas, si es muy duro estar lejos de casa por trabajo, o directamente te empiezan a contar su versión sobre la política o los deportes o lo que a ellos les de la gana. Y a veces uno tiene ánimo para contestarles, pero otras veces no, y ese era el caso de Patricia esa mañana. Agradeció mentalmente que el taxista fuera tan respetuoso con ella. El chico simplemente meneaba la cabeza al son de la música, y además, cosa siempre deseable, no conducía como un suicida peligroso. Iba tranquilamente al ritmo del tráfico y no ponía nerviosa a la pasajera.

Eso la permitió sumirse en sus pensamientos. Se sentía harta de aquella reunión a la que iba, casi en contra de su voluntad, a defender delante de los clientes unas decisiones con algunas de las cuales estaba en contra. Miró el sol saliendo por encima del mar, y deseó estar de vacaciones en vez de ir a una oficina hostil. En realidad, pensó, mucha de la gente que estaba en el aeropuerto hace un rato estaba de vacaciones. La única diferencia entre ellos y ella, realmente, era la dirección que le habían dado al taxista: ella podía irse ahora tranquilamente de visita por la ciudad, si quisiera.

-¿A qué hora tiene que llegar al trabajo? –dijo súbitamente el taxista.
-Eh... pues en una hora o por ahí –respondió ella, algo desconcertada.
-Vale, no, se lo digo porque la autovía por la que pensaba ir estará muy atascada a esta hora –explicó el conductor-, si quiere, podemos tomar un pequeño rodeo, hay una carretera que bordea el mar ¿sabe? y se ve la ciudad desde lo alto, y, si le digo la verdad, a mí me parece más agradable y no perderíamos tiempo ¿qué le parece?

Patricia sonrió. Bueno, pensó para sus adentros, al final podré hacer un poco de turismo.
-De acuerdo, hagámoslo –de repente se sintió más animada.
El taxi tomó la primera salida de la autovía y comenzó a rodar por una tranquila carretera, en dirección al sol naciente, hacia la playa.

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A toda vela

Caminando por el centro comercial, de repente, ¡hala! Una piscina enorme llena de agua... con pequeñas islas con palmeras, y lo mejor de todo, varios barcos de vela a control remoto. ¡Oye, oye! le dije a K. ¡Fijate en esto! Los barquillos, de medio metro de eslora, reproducían perfectamente el funcionamiento de sus hermanos mayores. Con el mando a distancia se controlan las escotas que abren más o menos las velas, además del timón.

Unos ventiladores en un lado de la piscina hacían el resto. A esas horas los barquitos flotaban ociosos en el agua mientras los paseantes los señalaban con la mano o intentaban soplar sobre los más cercanos.

Fui corriendo a mirar el cartel que ponía "horario". Diariamente, mñmñmñm, sábados, domingos y festivos, mñmñmñmñ. Perfecto, ¡mañana por la mañana me planto aquí el primero! Luego leí el segundo cartel, al lado del horario.


¡Ven a probar nuestros barcos de vela!

Además, tenemos muchas más actividades como

  • láminas para colorear
  • dibujos animados
  • plastilina
  • juguetes Disney

¡Mierda!

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sábado, 10 de marzo de 2007

Apuntes

Hace bastantes días que no escribo por aquí, es cierto. Ha habido cosas recientes importantes para mí, que no he contado por aquí, y no voy a hacerlo. No porque sean incómodas para la gente que pueda leerlas, sino porque, bueno, uno ha de poner un límite en algún sitio. :)
Aparte de esos detalles, poco más. El trabajo me quita tiempo para escribir: ultimamente estoy muy muy atareado. Me estoy haciendo cargo de parte de la intranet de una empresa, haciendo el trabajo que antes hacía una compañera mía. Es muy interesante y divertido, me piden cosas nuevas que incluir en la web (para que los empleados las vean y las usen), y arreglar cosas que se rompen o dejan de funcionar o no han funcionado la última vez que las han usado. Lo que pasa es que ella (mi compañera) tenía 2 años de práctica haciéndolo; yo me paso el día que no me dejan respirar. Pero me lo paso bien la mayor parte del tiempo.
Estaba hace un rato viendo la tele con K. Parece que últimamente no se habla de otra cosa que de los pollos que se montan con la política y esas cosas. Me cansan muchísimo entre todos. Deberían darse cuenta, unos y otros. Montar pollos y escándalos está muy bien y es divertido, depende de las ideas que tengas, claro; pero a la larga cansa, desmoraliza, y te hace pensar que no vives en el mismo mundo que ellos. Hasta hace no mucho me divertía entrar en algún blog de actualidad y política, y dar mi opinión, tener discusiones interesantes y tal, pero coño, es tan cansino, son todos tan pesados, que pierde la gracia.
Casi hemos terminado de decorar la casa. Ya nos vale, después de ¿cuántos años? Pero los últimos detalles son los más difíciles de encontrar. Además, hemos tenido que discutir hasta la saciedad con los dependientes de... ¿debería decirlo? bueno, diré "unos importantes grandes almacenes". Nos han puesto todo tipo de dificultades y problemas para unas cortinas que nos gustaban. Llamadas, visitas, datos equivocados... Esta mañana lo hemos solucionado finalmente. Yo nunca he sido del tipo que llega a las tiendas y dice: exijo esto, me niego a lo otro, voy a reclamar, y esas cosas. Quizás nunca he tenido problemas así. Pero ahora he tenido que hacerlo, y coño, uno se siente la mar de bien después. :)
También tendré que ir al taller, a que me revisen el Crucero Naboo. Desde la última revisión, el indicador de combustible está medio gilipollas. Después de 200 km no es normal que me baje la mitad, y a la media hora suba al 70%. Vaya, que no es fiable. Y eso, para viajes largos y tal, da un poco de repelús. Menos mal que me guío por el número de kilómetros (1 depósito = aprox 900-1000 km), que si no estaría acojonadito.
Eso me hizo ir más tranquilo el otro día a Segovia. Mi compañero de proyecto en la Universidad se casaba por fin. Allí nos encontramos el equipo de amigos y amigas de la carrera, bueno, tampoco somos tantos: al final dos parejas de compañeros y otras dos parejas donde sólo uno es del gremio. Es una pena que nos veamos tan poco, joder. Es normal, porque cada uno tiene su vida, y quien más quien menos ya anda buscando bebés. Pero da un poco de penilla igualmente ver cómo hemos evolucionado, cómo nuestras conversaciones son mucho más de adultos, cómo nos quejamos todos de los mismos problemas, el trabajo, la casa, el tiempo, el poco tiempo que nos deja esta vida, el poco tiempo que tenemos para disfrutarla. Es curioso que al final todos llegamos al mismo tema.
¿Es que el tiempo se nos va sin que podamos aprovecharlo? ¿O es que deberíamos aprovecharlo un poco menos, y dedicarnos a verlo pasar un poco más?

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