miércoles, 24 de enero de 2007

The doomsday machine

Creo firmemente que las máquinas tragaperras fomentan el peor lado de la condición humana. Parecen haber sido diseñadas por malvados inventores sin escrúpulos que, tras haber estudiado durante años los puntos débiles de la mente de la gente, han decidido explotarlos para lucrarse indecentemente.

1) La incitación. La máquina tragaperras está ahí, en medio del bar. Parece que no hace nada, pero en los ratos tontos está programada para provocar. Despliega sus encantos en forma de hipnóticos destellos de colores, patrones de luces titilantes que forman siluetas en tonos dorados y rojos que sugieren dinero, oro, riqueza, diversión, vicio. Símbolos de dólar, euro, cifras con muchos ceros que desfilan ante nuestros ojos. Normal, al final uno acaba picando. Si es que no somos de piedra.

2) Anulación del pensamiento lógico. Todos nos las damos de que somos seres racionales que sólo actuamos por principios lógicos, y nos reímos de quien se ducha con la ropa puesta o intenta llamar por teléfono con el mando a distancia. Normal. En cambio, cuando un ser humano se topa con una máquina tragaperras el pensamiento lógico se anula. De repente, nos creemos semidioses y pensamos que podemos desafiar al azar de la naturaleza. Es más, somos conscientes de que las tragaperras no actúan por azar, como podría ser la lotería, sino por un algoritmo informático que da premios cuando el ordenador quiere, por muchos botoncitos que nos pongan para elegir la frutita que queremos mover. El ordenador nos dice: dame tu dinero y a lo mejor, si me da la gana, te doy unos euros, aunque lo más seguro es que te quedes sin blanca. Y somos tan gilipollas que le hacemos caso y le damos nuestra monedita.

3) Codicia. Siempre me ha fascinado lo que ocurre cuando estás en un bar y el fulano que está jugando gana el premio gordo. Suena la musiquita y una cascada de monedas cae sobre la bandeja. ¡Joder, qué suerte! Ahora puedes coger todo ese puñado de dinero, chaval, y llevártelo a casa. Igual son 100 euros, qué alegría. Y entonces va el muy gilipollas ¡y comienza a echarlo todo de nuevo a la máquina, moneda por moneda! Pero, subnormal, ¿acabas de ganar 100 euros y ya los vas a perder alegremente? ¿Que esperas, ganar otros 100 por cada moneda y llevarte 10.000? ¿No te das cuenta de que la máquina, simplemente, está programada para no dejarte? ¡Llévate la pasta a casa y disfrútala! ¡Has ganado! Pues nada, el tío con cara de lelo, soñando con forrarse, va y pierde todo el dinero que había ganado. Y encima luego se va con una sonrisa. Gilipollas.

4) Impaciencia. A mí me encanta leerme los manuales de instrucciones de los cacharros que compro, pero sé que hay gente que no. Conozco a un tío que montó un Home Cinema, un DVD, una TDT, un transmisor de radio para enviar TV de una habitación a otra, sin abrir siquiera el manual. Por supuesto, no funcionó, y hubo que pasar el resto del día leyendo manuales. Pero ´la gente es impaciente y no le va eso de leer instrucciones. Las máquinas tragaperras tienen un modo de control que parece una nave espacial. Lo de las tres frutitas pasó a la historia, ahora hay unos displays, dos o tres juegos de frutitas, flechas, columnas de números, varias filas de botones, bolitas que rebotan dentro de una caja, alucinante. ¿Manual de instrucciones? ¿Pa qué? Y la gente va y le confía su dinero a esa máquina. Yo no lo entiendo.

Vaya, que no me gustan las tragaperras. Me chinchan mucho.

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