miércoles, 30 de julio de 2008

Cerró los ojos y se concentró en sus sensaciones... (4)

Dick cerró los ojos y se concentró en sus sensaciones. Error. Equivocación. Oh, Dios, no es posible que yo haya hecho esto. Tengo que volver atrás. El pulso le latía en las sienes. Tengo que decirles que no, que no voy a hacerlo. Abrió los ojos.

El pequeño cubículo en el que se hallaba flotando en 0-G tenía fardos, paquetes, atados a todas las paredes, arriba, abajo, derecha, izquierda, detrás, cables por todas partes. El único sitio donde no había paquetes ni bolsas ni nada era la puerta de comunicación, donde lucía una pequeña lámpara que le daba al lugar una luz mortecina. El sitio era agobiante. No podría pasar ni una hora más ahí dentro. Y sin embargo, lo había prometido. Se había comprometido. Se había comprometido, hacía menos de media hora, a llevar a cabo la tarea más terrible jamás encomendada a un ser humano. Y todo aquello en su interior que le hacía humano le decía: “no” “diles que no quieres” “aun estás a tiempo” “no puedes, no puedes” “coge los malditos auriculares y diles que te has echado atrás”.

Dick se miró las manos, estaban pálidas. El corazón le latía rápido. No podía. Pero tenía que hacerlo.

Recordó las conversaciones de los últimos días, como en un sueño, como en una película. Había revisado los cálculos, nadie sabía aún cómo se habían hecho mal, pero el caso es que la telemetría desde la Tierra no dejaba lugar a dudas. Habían salido de Marte hacía cuatro meses en lo que iba a ser un apacible vuelo de regreso, pero pronto se vio claro que la trayectoria no era la correcta. Dick podía sentir el nudo en el estómago al recalcular la nueva trayectoria, al darse cuenta de la inevitable conclusión. Con la masa actual de la nave, a la velocidad con la que salieron, iban a tardar un mes y medio más de lo previsto en llegar a la Tierra. La consecuencia era clara... el oxígeno se les iba a acabar antes. Así que de la primera expedición humana a Marte sólo regresarían cuatro cadáveres en una nave espacial.

Semanas de debates siguieron tras este descubrimiento, tanto en la Tierra como a bordo de la nave. Muchos posibles cursos de acción, y soluciones de emergencia fueron sometidos a debate en comités, reuniones o foros en televisión, pero la dura realidad de los datos hizo que las opciones fueron reduciéndose rápidamente. La única solución no quiso decirla nadie en voz alta, fue quedando la última en todas las listas,... porque era demasiado horrible para debatirla o para siquiera hablar de ella. Sin embargo, Dick fue lo bastante ¿valiente? ¿inconsciente? ¿héroe? para ofrecerse voluntario.

Dick se acordaba de todo aquello demasiado bien, había ocurrido hacía sólo unos días. Ahora ya era demasiado tarde ¿o no?. Encerrado en la claustrofóbica cápsula de transporte, sólo le quedaba aire para una hora. Siendo justos, pensó, era la mejor solución, la solución evidente. Si cuatro personas respirando no pueden llegar, que uno de ellos se presente voluntario para dejar de hacerlo... así los otros tres podrán sobrevivir.

Dick imaginó en su cabeza cómo serían las próximas horas. El y su cápsula se separarían de la nave principal, quedando a la deriva en el espacio. Dos horas después, en el momento calculado, los tres supervivientes programarían la nave para el nuevo rumbo, compensando la pérdida de masa por la cápsula,... aunque él ya no lo sabría, porque el aire se le habría acabado ya un rato antes. Sólo le quedaba el consuelo de que sabía que sus tres compañeros llegarían sanos y salvos a casa, que serían héroes, que sus vidas serían largas y plenas.

Perdió los nervios y lloró. Se llevó las manos a la cara, dio vueltas sobre sí mismo en el aire, como una peonza. ¿Cómo sería su vida, de haber salido todo bien? ¿Si los ingenieros que diseñaron la nave hubieran hecho sus malditos cálculos, hijos de puta, bastardos, cabrones...? Se dio cuenta de que estaba aullando él solo, sus gritos amortiguados por los bultos de la cápsula. Estaba perdiendo la razón. Se obligó a sí mismo a relajarse, a respirar hondo, a pensar en el bien que estaba haciendo, a pensar en las familias de sus tres compañeros... a pensar que su vida, su propia vida, había sido plena. A pensar de que él, él mismo, también sería un héroe. Pondrían su nombre a institutos de secundaria, a aviones, harían estatuas con su efigie, recordarían siempre su hazaña, su sacrificio.

Miró el panel de control, y los auriculares que flotaban en el aire frente a él. Tan sólo tendría que ponérselos y decir “adelante” y sus compañeros harían el resto: desenganchar la cápsula del resto de la nave, y alejarse con unos “toques” de cohetes. Así de sencillo es dejarse morir, pensó. Una palabrita y ya. ¿Y qué pasa, se preguntó, si la palabra que digo es otra? ¿Dejadme salir de aquí, cabrones? ¿Lo harían? ¿Merecería la pena ponerlo a prueba? ¿O sería ponerles en un compromiso demasiado doloroso? Ellos estaban al otro lado de la escotilla, ahí mismo, y ya se veían sanos y salvos. ¿Qué pasaría si ahora me echo atrás?

No, no puede ser, se dijo. Miró la hora. De repente le inundó una serena comprensión. Cerró los ojos de nuevo, y se concentró en las sensaciones. La gravedad cero, el zumbido eléctrico de los sistemas. La falta de zumbido de la ventilación. No le dio ninguna importancia. Pensó que todo iba a salir bien, que todo iba a ser fácil. En unos minutos se quedaría plácidamente dormido, y todo saldría bien. Y estaría haciendo feliz a mucha gente, sólo con eso.

Pensó en todo lo que le quedaba por hacer en su vida, y en todo lo que había logrado, mientras se ponía los auriculares y se ajustaba el micro.
“¿Chicos? Adelante” susurró.

La respuesta en forma de una leve sacudida de la cápsula. “Confirmada separación, delta-V de 1 metro por segundo...gracias, Dick. Gracias por todo” susurró la voz por los auriculares. No había más que añadir.

Dick sonrió y pensó que, después de todo, no había estado nada mal haber sido el primer hombre en pisar Marte. Pero que nada mal.

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