jueves, 25 de julio de 2002

Un asunto pegajoso

Un asunto pegajoso
Hoy no hablaré de mí; os presento a mi amiga Chus.

A Chus (la llamaremos así) siempre le han gustado mucho las aventuras.

Sirva como ejemplo la noche en que, de viaje de estudios en Armenia (en plena guerra civil) salió a dar un paseo nocturno para ver las estrellas, sin percatarse de que en el pueblo de al lado, los guerrilleros y los tanques soviéticos campaban a sus anchas. Tras unos minutos bajo la luz de la luna, un tipo con un AK-47 Kalashnikov la convenció de manera sutil (y eso que ella no hablaba una puta palabra de ruso) de que el resto de la noche era mejor pasarla durmiendo en su habitación del hotel, y dejar los paseítos nocturnos para Madrid.

Su última aventura transcurrió en Madrid, esta vez sin peligro para su integridad personal, menos mal. Esta simpática muchacha vive en una residencia de estudiantes (todas chicas) en la que recientemente se contrató a unos pintores para pintar algunas habitaciones de la planta baja.


Nuestra amiga notaba desde hace tiempo que las paredes de su habitación, incluyendo el interior de sus armarios, necesitaban una buena mano de pintura. Pero al parecer los pintores no tenían previsto pintar las habitaciones de las inquilinas. Nuestra amiga se vio en un dilema. ¿Y si pidiera por favor a los pintores darle una mano rápida de pintura en su habitación? ¿O al menos prestarle un bote de pintura durante unos minutos?

Tras una breve reflexión, supo lo que había que hacer. Era mucho mejor robar (no hay necesidad de suavizar el lenguaje) un bote de pintura con rodillo incluido. Así que en el mejor estilo 007, en una distracción de los profesionales, escamoteó la pintura y el accesorio para pintar y huyó por las escaleras. No sé si he mencionado que esta chica tiene más de 25 años.

Una vez en su habitación, procedió a pintar la pared interior de sus armarios de color crema. "Excelente!" pensó. "Ahora las paredes." Tras unos brochazos de pintura de color crema en la pared, de repente descubrió algo que quizá a alguien menos curtido en páíses en guerra, le habría aterrorizado.

El color de la pintura era distinto.

Sí, amigos, no todos los tonos de crema son iguales, y eso canta mucho, puede ser más o menos amarillo, amarillento, anaranjado. Al menos dentro de los armarios no lo ve nadie pero ahora justo enfrente de su cama había dos brochazos de pintura en la pared, de un tono completamente diferente al del resto de la decoración. Pero ¿qué hacer ahora?

No podía pintar el resto de la habitación, pues con un solo bote de pintura no tenía. Tendría que robar otro. También podría mover un armario y ponerlo enfrente del lugar, para tapar el desaguisado. Con un olor espantoso a pintura en el ambiente, se debatía entre las opciones... cuando se le ocurrió una tercera.

Nuestra amiga escondió cuidadosamente el bote de pintura sustraído en el armario, y salió al pasillo, donde se hallaban los pintores, casualmente discutiendo acerca del bote de pintura que faltaba, y echándose las culpas los unos a los otros, y pensando dónde diablos lo habrían dejado. Nuestra amiga puso cara de póker (Estilo "Reservoir Dogs"/Escena del dóberman en el baño de caballeros) y pidió sin inmutarse a un pintor que la acompañara a su habitación. ¿Quién puede resistirse a una invitación así? La chica es muy guapa, diablos. Así que allá fue el operario.

Una vez en la habitación, Chus mostró al pintor el desaguisado. El pintor se ofreció a pintarle el resto de la habitación del color correcto. Por supuesto, ignoró caballerosamente el hecho de que el color de los pintarrajos en la pared era exacto al del bote de pintura que faltaba, y también ignoró como pudo el asfixiante olor a pintura fresca que emanaba del interior de los armarios. Por no hablar de que nuestra amiga llevaba las manos manchadas de pintura color crema. Así que, con una sonrisa, amablemente fue a por otro bote y tras unos minutos mezclando colores, dejó la pared como nueva, sin hacer preguntas ni esperar respuestas.

Una vez se hubo marchado el pintor, Chus estaba radiante de felicidad, y como tal lo demostró dando unos saltitos de satisfacción. Pero tocaba la decisión final. ¿Qué hacer con el bote de pintura a medio gastar y el rodillo sucio que había dentro del armario? No podía dejarlo donde lo encontró, pues los pintores ya habían buscado allí.

¿La solución? Esconderlo en un trastero al final del pasillo. Dentro de 5 meses alguien abrirá esa puerta y se preguntará qué diablos hace allí un bote de pintura. Bueno... ¡quizá lo use para repintar sus propios armarios! Y ¿qué será del pintor que pudo haberla denunciado y no lo hizo?

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